Hoy, cuando volvía de Belgrano, en el tren, visualicé de lejos a una persona que me resultó familiar. Cuando se fue acercando, me di cuenta de que, precisamente, era alguien conocido. Cuando pasó por al lado mío, me miró, lo miré, y le sonreí con mucha simpatía, como es costumbre mía, antes de darme cuenta de que en realidad no lo conocía: era una sólo uno más en aquel frío vagón.
Qué triste es sonreir a alguien que te mira con desprecio.
martes, 8 de junio de 2010
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